TEXTO 1
(…)
Si el diálogo es el encuentro de los hombres para ser más,
éste no puede realizarse en la desesperanza. Si los sujetos
del diálogo nada esperan de su que hacer, ya no puede haber
diálogo. Su encuentro allí es vacío y estéril. Es burocrático y
fastidioso.
Finalmente, no hay diálogo verdadero si no existe en sus
sujetos un pensar verdadero. Pensar crítico que, no aceptando
la dicotomía mundo–hombres, reconoce entre ellos una
inquebrantable solidaridad. Este es un pensar que percibe la
realidad como un proceso, que la capta en constante devenir y
no como algo estático. Una tal forma de pensar no se dicotomiza
a sí misma de la acción y se empapa permanentemente de
temporalidad, a cuyos riesgos no teme.
Se opone al pensar ingenuo, que ve el “tiempo histórico como un
peso, como la estratificación de las adquisiciones y experiencias
del pasado”
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de lo que resulta que el presente debe ser algo
normalizado y bien adaptado.
Para el pensar ingenuo, lo importante es la acomodación a este
presente normalizado. Para el pensar crítico, la permanente
transformación de la realidad, con vistas a una permanente
humanización de los hombres. Para el pensar crítico, diría
Pierre Furter, “la meta no será ya eliminar los riesgos de la
temporalidad, adhiriéndome al espacio garantizado, sino
temporalizar el espacio. El universo no se me revela —señala
Funer—en el espacio imponiéndome una presencia matiza a
la cual sólo puedo adaptarme, sino que se me revela como
campo, un dominio que va tomando forma en la medida de
mi acción”.
7
Para el pensar ingenuo la meta es apegarse a ese espacio
garantizado, ajustándose a él y al negar así la temporalidad se
niega a sí mismo.
Solamente el diálogo, que implica el pensar crítico, es capaz
de generarlo. Sin él no hay comunicación y sin ésta no hay
verdadera educación. Educación que, superando la contradicción
educador-educando, se instaura como situación gnoseológica
en que los sujetos inciden su acto cognoscente sobre el objeto
cognoscible que los mediatiza.
De ahí que, para realizar esta concepción de la educación como
práctica de la libertad, su dialogicidad empiece, no al encontrarse
el educador- educando con los educando- educadores en una
situación pedagógica, sino antes, cuando aquél se pregunta en
torno a qué va a dialogar con éstos. Dicha inquietud en torno al
contenido del diálogo es la inquietud a propósito del contenido
programático de la educación.
Para el “educador bancario”, en su antidialogicidad, la pregunta,
obviamente, no es relativa al contenido del diálogo, que para él
no existe, sino con respecto al programa sobre el cual disertará a
sus alumnos. Y a esta pregunta responde él mismo, organizando
su programa.
Para el educador-educando, dialógico, problematizador, el
contenido programático de la educación no es una donación
o una imposición - un conjunto de informes que han de ser
depositados en los educandos -, sino la devolución organizada,
sistematizada y acrecentada al pueblo de aquellos elementos
que éste le entregó en forma inestructurada.
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La educación auténtica, repetimos, no se hace de A para B o de
A sobre B, sino A con B, con la mediación del mundo. Mundo
que impresiona y desafía a unos y a otros originando visiones y
puntos de vista en torno de él. Visiones impregnadas de anhelos,
de dudas, de esperanzas o desesperanzas que implican temas
significativos, en base a los cuales se constituirá el contenido
programático de la educación. Uno de los equívocos propios
de una concepción ingenua del humanismo, radica en que, en
su ansia por presentar un modelo ideal de “buen hombre”, se
olvida de la situación concreta, existencial, presente de los
hombres mismos. “El humanismo - dice Furter - consiste en
permitir la toma de conciencia de nuestra plena humanidad,
como condición y obligación, como situación y proyecto.” 9
(…)
Notas:
6
Fragmento de una carta de un amigo del autor.
7
Pierre Furter, Educação e vida, Editôra Vozes. Petrópolis, Río,
1966. pp. 26-27.
8
En una larga conversación con Malraux, declaró Mao: “Usted
sabe qué es lo que proclamo desde hace tiempo; debemos
enseñar a las masas con precisión lo que hemos recibido de
ellas con confusión.” André Malraux, Antimémoires, Gallimard,
París, 1967, p. 551. [Antimemorias, Buenos Aires, Sur, 1968]. En
esta afirmación de Mao subyace toda una teoría dialógica sobre
la constitución del contenido programático de la educación,
el cual no puede ser elaborado a partir de las finalidades del
educador, de lo que le parezca ser mejor para sus educandos.
9
Pierre Furter, op. cit., p. 165.
(FREIRE, Paulo. Pedagogía del Oprimido. Trad. Jorge Mellado. México:
Siglo XXI. Editores C. A de C. V, 2005, pp. 111-114)